Juan estaba muy disconforme con Luli, su tortuga nueva. Caparazón, cuatro patas, cola, cabeza... ¡Como cualquier tortuga!
Decidió hacer algunos cambios.
Agarró una pinza, la usó para atrapar una pierna y la cortó con el cuchillo de hoja como serrucho. Luli pegó un gritito agudo, sangró, intentó esconderse en su coraza. Juan empuñó el martillo y lo descargó sobre el caparazón. Al principio resultó difícil, pero logró abrirlo. Eso sí: el animalito murió a los pocos segundos, luego de una desagradable agonía.
No importa, se dijo Juan. Por lo menos, ahora es una tortuga distinta.
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