martes, 3 de marzo de 2009

Autitos chocadores


Hace unos días, se publicó en un diario local un artículo acerca de la obsesión de los hombres por los autos. Resultó imposible no pensar en Crash: extraños placeres.
Muchos la recordarán como una de las películas más importantes del magnánimo David Cronenberg. Aunque da para hablar bastante de dicha obra, hoy nos ocuparemos de la novela que le dio origen, escrita por J. G. Ballard.
Antes de convertirse en uno de los nombres más notables de la literatura inglesa contemporánea, el británico James Grahan Ballard nació en 1930 en Saigón. Por desgracia, su niñez coincidió con la Segunda Guerra Mundial, y pasó dos años en un campo de concentración japonés. Estos acontecimientos aparecen en su novela autobiográfica El imperio del sol, llevada al cine por Steven Spielberg y protagonizada por un Christian Bale de trece años.
Sin embargo, el escriba descolló principalmente en la ciencia-ficción, gracias a un estilo muy suyo. Los especialistas lo llaman Ficción Especulativa. Lo cierto es que los primeros libros tenían un enfoque muy adulto e introspectivo del género, a diferencia de los típicos relatos de space-opera más orientados al público menudo. Funcionan casi como un estudio del comportamiento de los seres humanos ante una situación extraordinaria, generalmente apocalíptica. Sus obras más destacadas: las novelas El mundo sumergido, El día de la creación y La sequía. Entre sus libros de cuentos, Playa terminal y El hombre imposible.
En 1973, publicó el que tal vez sea su trabajo más fuerte, crítico e inclasificable. Una auténtica pieza de culto. Según contó una vez, la inspiración para Crash le llegó cuando le tocó presentar una exposición de autos chocados en el New Art Laboratory de Londres. Se sintió impresionado al ver cómo los visitantes destrozaban los vehículos más de lo que ya estaban.
La novela comienza con James Ballard (sí, el personaje se llama igual que el autor) y su esposa Catherine, un matrimonio por demás liberal: ninguno tiene empacho en tener affairs para luego compartir los detalles. Cuando James sufre un accidente de auto, descubre un hasta entonces desconocido aspecto de su sexualidad. Y consiste en excitarse con choques automovilísticos. Su extravagante viaje de semen y metal lo conduce a individuos que comparten la misma fascinación, como Vaughan —encargado de realizar exhibiciones de colisiones famosas, como la de James Dean—, y Gabrielle, siempre cubierta de prótesis.
¿Quién dijo que es de una historia inusual? Según Ballard, se trata de la primera novela pornográfica basada en la tecnología. Lo cierto es que el texto está estructurado como la mayoría de los materiales subidos de tono: escenas sexuales separadas por alguna situación. Pero Crash no es sólo eso. Ante todo, funciona como una metáfora de los tiempos actuales, cada vez más saturados de chiches tecnológicos, cada vez menos provistos de sensibilidad (o, por lo menos, carente de la vieja sensibilidad). Lo explica del Ballard autor en el imperdible prólogo del libro, que en castellano publicó Ediciones Minotauro: “La ciencia y la tecnología se multiplican a nuestro alrededor. Cada vez más son ellas las que nos dictan el lenguaje en que pensamos y hablamos. Utilizamos ese lenguaje, o enmudecemos”.
En 1996, Cronenberg hizo la película, que se mantiene fiel al concepto original y a sus propias obsesiones cárnicas. Geniales las caracterizaciones del elenco encabezado por James Spader y Holly Hunter, aunque el ser masculino difícilmente pueda olvidar a Deborah Cara Unger.

(Nota publicada originalmente en Chak Films)

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