jueves, 2 de octubre de 2008

Fin de semana de locura: picada y algo más

Después de viajar durante alrededor de tres horas, llegamos a destino. El contexto ya de por sí es precioso: arboledas, cielo azul, casi nada de civilización. La casa en la que paramos no es tan grande, pero alcanza y sobra para nuestras necesidades más básicas. Pertenece a amigos de la familia de Juan y de Guido, o algo así.
Recién al bajar del micro caigo en que muchos trajeron con carpas y bolsas de dormir. Yo soy uno de los pocos que sólo vino con un bolsito. No importa, puedo improvisar cuando llegue el momento de dormir.
Un grupo se dedica de lleno a preparar la picada bajo un techado mientras otros tres o cuatro pibes colocan mesas a la sombra de unos árboles. El resto arma sus viviendas provisorias en los alrededores, y algunos, como José y su novia, toman sol tirados en unas mantas ubicadas sobre el gigantesco espacio verde que podrán apreciar en las fotos de más abajo.
Sobre una mesa pequeña, junto a Malbecs y gaseosas, Ale deposita su más perfecta invención: Quebracho, un vino hecho solamente con uva. Nada de porquerías extras. Me digo que ya lo probaré.
Una hora y mucha hambre acumulada después, la picada está lista. Todos reunidos alrededor de las mesas repletas. Cantamos el feliz cumpleaños a la Picada. Ale no pierde el tiempo con palabras y descorcha un Quebracho. “A comer”, dice Guido, y ataca. Lo seguimos con desesperación apenas contenida. Devoramos salamines, y quesos de las más variadas especies, mortadela, longaniza, papas fritas, chizitos, pan, sanguchitos, tartas preparadas por la madre de los Schenone... bajamos la comida con el vino de Ale o con gaseosa. Me inclino por lo primero. Tomo poco, y otro poco, y otro poco más y otro más también. Y después pierdo la cuenta. A partir de ahí recuerdo algunas cosas (los videos del celular revelan algo de lo hecho en mi estado de inconciencia): estar sentado al sol junto a José y Mendonca; ir a saludar al muy groso Juan Manuel Lencinas, alias Petete, otro fundador del Día de la Picada, quien llega en auto. También recuerdo dar dos pasos dentro de la cocina y redecorar el piso (mejor no les cuento con qué), pero logro acordarme que, a pesar de mi calamitosa situación, pedí limpiar yo mismo el enchastre. No sé si me dejaron: de golpe despierto al atardecer, tirado sobre un toallón en el mencionado espacio verde. Veo que cuatro o cinco chicas jugaban al voley y de un salto me incorporé al equipo de Julia. A pesar de mi resaca –y de no jugar a ese deporte desde fines de los ’90- lo hago más o menos bien. Eso sí: piso mal como catorce veces. No me queda la pierna amoratada, pero sí descubro raspones en mis brazos. ¿Habré querido treparme a un árbol? En ese momento recibo un mensaje de texto de Sebastián De Caro. Me invita una fiesta. Estoy un poco lejos como para ir. Además, acá la estoy pasando genial.


Comienzan los preparativos de la picada.

Joni extiende los brazos cual Cristo brasileño.

Joni con un servidor.

Campo abierto.

Guido y Plumi, quien durante el viaje andaba pasadísimo de rosca.

Se necesitaron dos mesas para la gran picada.

La gente se impacienta. Ya quiere deglutir.

Tomando sol después de la comilona.

Impresentable, pero querible foto.

Ale empezó la ronda de mates.

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