lunes, 22 de septiembre de 2008

Primavera ‘98

21 de septiembre. Día de la Primavera, también conocido como Día del Estudiante, ya que los jóvenes dejan a un lado los libros para salir de paseo, preferentemente de picnic a un parque.
En mis dos últimos años de secundaria íbamos con los pibes a una casa de campo en Longchamps, que pertenecía a familiares de nuestra compañera Natalia Pérez Corso.
Quisiera recordar precisamente la última visita a ese lugar, en septiembre de 1998. Como el 21 caía domingo (igual que ayer), fuimos el sábado 20 y nos quedamos hasta la tarde del día siguiente. Debido a que nosotros estábamos en Banfield, viajamos en combi. Si la memoria no me traiciona, ese sábado estaba gris, y hasta lloviznaba. Viajamos una buena parte del curso (algunos ya los mencioné en el post sobre mi viaje de egresados), y otros pibes también: el Yoru, Esteban, Javi, Ramiro, el Chino, Estani, el Abuelo, el grosísimo Juan Schenone, Ale Martínez, Pali, Fede Báez, Martín López, el por entonces gordo Santiago y su hermano Matías. Por el lado de las chicas, además, de Natalia y sus inseparables María Sol y Paula, el grupete de Ana Clara –mi amor imposible de aquella época- y hasta Wanda y Noelia. Si olvido mencionar a alguien, perdónenme. Mi memoria tiene un límite.
Para el camino llevé Crash, de J. G. Ballard. Prácticamente no leí ese fin de semana, pero andar con un libro así funcionaba para hacerse de cierta reputación (¿¿¿???).
Hermoso lugar aquél. En ese terreno había dos viviendas: un caserón semivacío y, a pocos metros, otra construcción, con un piso arriba inundado de novelas y de la obra completa de Freud. ¿Algún psicólogo en la familia de Natalia? Si no me equivoco, la madre.
Esa tarde nos dedicamos a acomodarnos así nomás y, ya oscurecido, retomamos un juego muy popular el año anterior: una suerte de escondidas, pero en grupos. Cada grupo debía buscar al otro. Y nos escondíamos detrás de macetones, en los escalones de una pileta vacía, detrás de árboles o de arbustos, entre una huerta... Estaba buenísimo perderse entre la vegetación y las sombras. Y tardábamos en encontrarnos. Sí, nos divertíamos como niños.
Ese fue uno de los momentos inolvidables de aquel fin de semana. Pero hubo otros.
¿Cómo no acordarme de aquella madrugada con los pibes, alrededor de un fogón, después de cenar hamburguesas a la parrilla? Algunos permanecieron despiertos hasta el amanecer, entre mate y truco (el famoso y nunca bien ponderado Rompeculo). Otros nos quedamos dormidos en autos o en algún sector de las viviendas. Como era de esperarse, me quedé hojeando algunos de los mencionados libros.
Al día siguiente salió el sol y pudimos disfrutar de los que nos ofrecía aquel paraje. Hubo asado, fútbol, un Yoru queriendo empapar a las chicas con una sustancia pegajosa (no recuerdo qué era, pero eso que se imaginan seguro que no), más fútbol, merienda sobre el pasto cortado. De fondo, música proveniente del equipo de audio: Bob Marley, Peter Tosh, Willy Crook, Body Count, el soundtrack de Pulp Fiction, y hasta Chala Rasta, la banda de un coordinador de Compañía Argentina de Turismo al que conocimos en el viaje a Bariloche. Y cuando no escuchábamos nada del grabador, Fede tocaba su órgano (ese órgano no, eh, sino uno que sonaba pipi cucú) y Ale Martínez le daba a su guitarra criolla. Con ella cantó desde viejos éxitos ochentosos hasta jingles de golosinas que todos coreábamos.
Me moría de ganas de sacarle una foto a Ana Clara y a Sabrina, las chicas de la división que estaban más buenas. Como sabía que ninguna me permitiría fotografiarlas, y sin que ellas se dieran cuenta, hice que el Yoru les sacara con mi cámara. Quedó genial.
Tampoco perdimos la oportunidad de escuchar los partidos de fútbol. Otra prueba de que mi memoria puede fallar: no sabría decirles qué equipos se enfrentaron ni los resultados. Ojalá hayan ganado Boca y Lanús.
Fue anocheciendo y llegó la hora de regresar. Así terminaba el último picnic de Primavera de mi etapa estudiantil.
Para finalizar, comparto con ustedes algunos momentos Kodak.


Javi, Pali, Juan, Fede, Matías y Ale.

El Yoru trata de emular a Freddy Mercury usando como capa la bandera del curso.

El sábado por la noche pinta hacer música. Ale y el Yoru observan a Fede, quien, sin dejar de tocar, mira para el mismo lado que Juan.

Ya de día, Juan y Javi quieren seguir con la onda musical. Qué mal sacaba fotos en esa época.

Ramiro vigila el asado. A la derecha, Paula y Natalia hablan con el Chino.

Pintó el fulbito. Esa tarde no la rompí como en el ‘97, pero igual estuvo bueno.

El Chino, Matías, Ale y Juan, después del partidito.

Cerveza en mano, Ale luciendo su camiseta de Talleres de Remedios de Escalada. Ramiro le da la espalda, seguro porque es de Independiente. Si mal no recuerdo, sonaba o Body Count o Pulp Fiction.

Parte del grupo retozando en el césped. ¡Qué cara la del Yoru!

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